Ayton demuestra lo que vale

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Ayton demuestra lo que vale

Los Suns están a un paso de las Finales de la NBA. Darlo, eso sí, puede costar, aunque la estadística esté de su parte. En los últimos 40 años, sólo Golden State Warriors ha sido capaz de remontar un 3-1 en contra en unas Finales de Conferencia. La renta para los de Arizona es, prácticamente, un seguro de vida; pero, en la eliminatoria frente a Los Angeles Clippers, tras cada movimiento se puede activar una bomba. La franquicia dirigida por Tyronn Lue no se rinde y, cuando se va preparando su obituario, es cuando más ferozmente responde. Supervivientes natos, un animal de mil vidas. Cuando Dallas Mavericks se puso 2-0 en la primera ronda, su destino, desastroso, parecía claro. Cuando Utah Jazz hizo lo propio en segunda, más de lo mismo. Volvieron a poner la igualada y volvieron a ganar, como si ambas cosas no se pudieran dar por separado, como si fueran ley universal. En Phoenix, seguramente, estarán aliviados: han evitado cargar con la maldición. Han sobrevivido a los supervivientes y han salido victoriosos de una auténtica guerra… que continúa.

No hay trincheras. Seguramente, con más garra que acierto, pero dejando por el camino un duelo para el recuerdo. Se pelea cada rebote como si se tratara del propio anillo y, de forma literal, se parten caras. La fractura de Devin Booker en la nariz es muestra de ello. También lo es su decisión de quitarse la máscara protectora en el último asalto: se avanza con el rostro descubierto. En medio de tal colisión, el propio Booker es uno de los principales caballeros. Fue el soldado con la espada más afilada en el primer duelo, con un triple-doble para la posteridad: 40 puntos, 13 rebotes y 11 asistencias. Unas cifras que, en Phoenix, no se veía desde 1993, obra de Charles Barkley. En la historia de la NBA, solamente Luka Doncic y Oscar Robertson han sido capaces de llegar a ellas con menor edad. Bajo la batuta de Chris Paul, cargada de veteranía y calidad, el escolta de 24 años está brillando como pocos en sus primeros playoffs; pero no es el único. Deandre Ayton, de 22, se está agigantando, más allá, incluso, de sus 211 cm de altura.

Ya tiene un momento inolvidable para su currículum, pero es mucho más que eso. Su alley-oopen la jugada decisiva del tercer partido de la serie, será historia de la NBA; pero su fase final, al competo, no andará muy lejos de ella. Como siempre, el tiempo dirá. En el cómputo de la eliminatoria, promedia 20,7 puntos y 7,3 rebotes con un 73,8% en tiros de campo. En el de la postemporada completa, 16,3+10,8. Por encima, en ambos casos, de sus estándares generales de la campaña regular, ubicados en un 14,4+10,5. Si se presta atención a sus porcentajes de acierto, el impacto es total: de cada 124 tiros, convierte 90. Se sitúa, actualmente, por encima de cualquier otro jugador en playoffs en este apartado. Hasta el momento, con al menos 100 intentos, Clint Capela, en 2018 con Houston Rockets, es el poseedor del récord, que se queda en un 66%. Tras él, James Donaldson, con un 65,4% en 1988, y Alton Lister, con un 64,1% en 1986. Al igual que Booker, disputa sus primeros playoffs y, al igual que él, se está graduando en ellos.

Lo hace, además, perteneciendo a una generación de auténtico lujo: al Draft de 2018, con el paso de los años, seguro, uno de los mejores de siempre. No es uno cualquiera, además, es el número uno, el primer elegido en la gala de los jóvenes talentos: el hombre que, entre tanta estrella, se eligió para brillar como el que más. No lo hace ni, seguramente, lo hará; pero, tras la inconsistencia y la irregularidad, por fin se acerca a los estándares que su estatus demandaba. Una suspensión temporal en su segundo curso, por el uso de sustancias no permitidas, que se sumaba a más problemas fuera de las pistas, oscurecían una trayectoria que, por momentos, parecía que se hundía sin piedad. Los Suns decidieron elegirle por delante de Luka Doncic y Trae Young, y eso es un arma de doble filo: un privilegio del que sentirse orgulloso, pero también un peso para toda la vida. Cuánto se va a hablar de ellos… y del resto. De Jaren Jackson Jr., preparado para liderar junto a Ja Morant; de Collin Sexton, en un ascenso meteórico; de Shai Gilgeous-Alexander, esperando que la reconstrucción fructifique en Oklahoma o de Michael Porter Jr., acercándose al nivel que prometía antes de su lesión de espalda. También de Kevin Huerter, siendo héroe en estos mismos playoffs, o de Mikal Bridges, compañero del propio Ayton y, aunque no tanto como él, también siendo determinante en ellos: 11,7 puntos y 4 rebotes.

De ayudante de fontanero a una «bolsa» de dinero

Muchos nombres y, en varios casos, llamados a ser algunos de los principales dominadores de la NBA en los próximos años. En eso está Ayton, demostrando que puede estar entre los mejores. Formar parte de ellos y, además, de una forma muy especial: no todo es ser el mejor, entre estos, muchas veces, casi tan importante es ser distinto como lo primero. Y Deandre lo es. En medio de la era del triple, de las transiciones rápidas y de la habilidad por encima de la potencia, Ayton es vieja escuela. Tanto en su juego como en su apariencia, para mayor narrativa, con un semblante, proyectado por su vello facial, que bien podría ubicarse en la década de los 80. Es un hombre grande, un pívot rudo que ni se asoma al perímetro: en todos los playoffs, no ha intentado ni un solo triple. ¿Contraproducente en los tiempos actuales? Puede ser, pero, de momento, está demostrando que, desde ese juego, también se pueden decantar series. Porque lo está haciendo. Además, castigando el small ball de los Clippers, una jaula cruenta para Rudy Gobert, pero una trampa salvable para él. Para alguien que está en pleno proceso de liberación, que ya no piensa ni en Doncic ni en Young: solamente en sus posibilidades, las de un número uno.

En el 3-1 ha sido uno de los factores determinantes. Como ya lo había sido ante Anthony Davis (le dejó en un 37,9% de acierto), cuando las lesiones le permitieron ponerse delante, o Nikola Jokic (40,7%), que terminó la serie frustrado y expulsado tras una falta sobre Cameron Payne. 19 puntos, 22 rebotes y 4 tapones para reinar en la pintura y, en el ámbito individual, para alcanzar el máximo de carrera en los dos últimos apartados. Si se restringe el segundo al lado atacante, desde Charles Barkley, en 1993, ningún jugador de los Suns lograba recoger 9 rebotes ofensivos en un cuarto partido de playoffsInfunde miedo, intimida, cambia tiros, con varios ejemplos de Reggie Jackson en los momentos de más temperatura, y sofoca muchos fuegos que, realmente, no llegan ni a chispear: con él como principal defensor, los angelinos están en un 35,3% de precisión.

Un contraste total con su pasado más reciente, cuando, principalmente, se le tachaba de ser un foco de problemas en la retaguardia. «Vamos a darle una buena bolsa este verano», declaraba Chris Paul tras el partido, haciendo referencia a la extensión de contrato que Ayton, aún con contrato rookie, deberá firmar. «Es lo mejor que le ha pasado nunca a mi carrera», se confesaba el pívot, por su parte, al hablar del veterano base. «Lo primero que me dijo fue que si quería seguir en esta liga por mucho tiempo tenía que centrarme en los ángulos. Yo me quedé pensando, ¿ángulos? Se trata de ángulos en los bloqueos, ángulos para conseguir un rebote, estar bien ubicado… Para mí, la clave es jugar el pick and roll con él. No diría que es fácil, pero si uno de los dos está solo vamos a sacar algo positivo de la jugada. Eso es en lo que he estado aprendido a través de las repeticiones con él», explica, ya en un plano estrictamente deportivo. 

«Mi padre es de Nigeria y mi madre es jamaicana y bahameña, así que estoy ayudando a todos esos países en uno. No soy solo un bahameño. Soy nigeriano y jamaicano. Así que solo quiero que el mundo lo sepa», dijo la noche en que fue seleccionado en el Draft, dejando claro que no olvida sus raíces. En un artículo de Diego Morini para La Nanción, queda claro: «Una vez que estoy en el pueblo, estoy en el pueblo», recoge, en palabras del propio Ayton. Cuando vuelve a la casa familiar, vuelve a su cama de siempre, a una litera compartida con su hermano. Empezó jugando al baloncesto en un campamento excesivamente caro para sus padres y, en compensación, empezó a trabajar como fontanero junto a su padrastro. Seguramente, muy lejos de pensar que, algún día, se encontraría a un solo paso de las Finales de la NBA. Ahí es donde está.

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