Durant, Paul y el anillo perdido de los Suns

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Durant, Paul y el anillo perdido de los Suns

Pocos terremotos tan grandes hemos visto en la NBA: la llegada de Kevin Durant a Phoenix Suns ha sacudido la competición norteamericana, ha cambiado las reglas de juego y ha influido en la dinámica de ambas Conferencias. Es lo que siempre hemos llamado un bombazo, uno auténtico en este caso si tenemos en cuenta que sólo unos días antes Kyrie Irving ni siquiera había solicitado el traspaso y los Nets eran un equipo que intentaba sobrevivir hasta que Durant regresara de su lesión de rodilla, pero que estaba bien en el Este (32-22 en ese momento, en el cuarto puesto) y dejaba atrás las polémicas y escándalo de inicios de temporada. Al final, ha sido el último seísmo el que nos ha vuelto a llevar a la crítica y la incomprensión con ambas estrellas, que generan una cantidad de incertidumbre solo comparable al consabido talento que han demostrado en pista, pero que nos han hecho olvidar fuera de ella. Así son ellos, unos seres capaces de lo mejor y de lo peor. Dos hombres que repelen y enamoran al mismo tiempo. Dos jugadores generacionales, pero dos cabezas rimbombantes. Más uno que otro, pero ambos de una forma difícil de analizar. Dos funambulistas de la ambigüedad.

Ahora, tras tres temporadas y media y 1.314 días, Kyrie y Durant han separado sus caminos. El base, responsable de haber provocado la situación cuando las cosas parecían ir, por fin, medianamente bien, es parte de los Mavericks de Luka Doncic. Pero es el alero el que se ha llevado el plato fuerte, tanto él como el equipo que ha hecho de recipiente de su inconmensurable talento: los Suns. El equipo de Arizona, un paisaje desértico fuera de las grandes ciudades, colindante con (entre otras zonas) Nuevo México y que comparte con dicho lugar el clima árido con calor predominante y escasas lluvias. Desde luego, una meteorología muy lejana a la que Durant ha vivido en Nueva York, cuna de la burguesía tradicional estadounidense, una clase social venida a más y que ahora pertenece a una farándula similar a la que podemos encontrar en Hollywood. De uno de los mercados más grandes, a uno de los más pequeños. De un lugar a otro. Un cambio que supone el cuarto equipo de la NBA para Durant, pero que genera muchas esperanzas… y, claro, alguna duda.

Los Nets, recordemos, después de desprenderse de Kyrie, hicieron lo propio con Durant, que puso rumbo a Arizona junto a TJ Warren y a cambio de Mikal Bridges, Cam Johnson, Jae Crowder, cuatro primeras rondas sin protección (2023, 2025, 2027 y 2029) y el derecho a intercambio, si quieren los Nets, de la primera ronda de 2028. Ya supuso, en ese preciso momento, uno de los grandes traspasos en toda la historia de la NBA. Una operación transformadora. Revolucionaria. Colosal. Faraónica. Y un movimiento fantástico de la directiva de los Suns, que en el proceso ha mantenido a los peces gordos de su plantilla. A todos ellos: Chris Paul, Devin Booker y DeAndre Ayton. Un golpe sobre la mesa de James Jones, General Manager, y de Mat Ishbia, el nuevo propietario que sustituyó al tacaño Robert Sarver; ambos mantuvieron siempre a Bridges como eje central de la operación y evitó así tener que meter en el traspaso a sus grandes estrellas.

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