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El Barcelona sudo mucho para pasar a la final

Desde 1998, en la final de Copa del Rey, el Barça no se enfrentaba a una tanda de penaltis. La victoria que brindó aquel título ante el Mallorca continuó 22 años y medio después gracias, fundamentalmente, al acierto de Marc André Ter Stegen, cuyas mágicas manos (evitó la derrota en los 120 minutos) repelieron los dos primeros tiros de la Real Sociedad.

Ter Stegen paró dos lanzamientos (a Bautista y Oyarzabal) y el poste le mantuvo imbatido. La tanda estaba encarrilada pese al fallo de De Jong (al palo) tras los aciertos de Dembélé y Pjanic, pero Griezmann desperdició otro, con un tiro que voló a las nubes, cediendo el papel de héroe a Riqui Puig, firmante del 2-3.

Messi, con molestias musculares sufriendo en la grada, el Barça se adelantó con un bello gol de De Jong pero la Real igualó el marcador gracias a un penalti al comienzo del segundo tiempo transformado por Oyarzabal. La igualdad solo pudo deshacerse dos horas después.

Messi y Dest se marcharon de Granada con molestias y descansaron en Córdoba. Araujo, el tercero, había sanado por completo y ejerció de central sin mácula. Mingueza fue el lateral derecho. Para llenar del capitán hubo reparto de tareas. Griezmann intentó ser el falso nueve que ayuda a los centrocampistas, Dembélé se encargó de la pelota parada y De Jong marcó el gol.

Crear juego, sobre todo acciones de peligro, lo más difícil, fue una misión mancomunada. Nadie la asumió. Bastante tenía cada uno para resolver lo suyo al recibír el balón. Lo que debía ser el momento preferido para cualquiera, se convirtió en el más angustioso por la presión de la Real. Cada jugador se emparejó con un azulgrana para anularle cualquier iniciativa. Ni jugar ni pensar. Ni mucho menos adquirir una perspectiva general, colectiva, que diera sentido al juego azulgrana, intermitente.

El rigor fue extraordinario por parte blanquiazul, de una constancia sobresaliente, mucho más insistente y disciplinada que el Barça, menos sacrificado y menos avezado. La Real apretó tan arriba que Ter Stegen padeció de hipertensión toda la noche tratando de dar el pase menos peligroso, no el más favorable.

Los episodios de cansancio de la Real, que empezó las dos partes como un tiro pero y llegó más entera a la prórroga, aliviaron más que el gol de De Jong. Instantes antes de ver al holandés invadir el área como el nueve que no tenía el Barça –Griezmann dio el centro y Braithwaite corría desde el extremo izquierdo-, el cuadro de Koeman ya podía hilvanar alguna posesión, y la que desembocó en el 0-1 fue la más larga. Iniciada, precisamente, por un robo de De Jong, multiusos modélico: el abnegado recuperador, el fino rematador.

A los 23 años De Jong tiene capacidad física para correr de área a área –también estaba en la propia para cometer el penalti del empate- y calidad demostrada, que empieza a demostrar ahora en el Barça con la regularidad que se esperaba y que no se ha producido hasta que Koeman cambió el sistema y le responsabilizó de toda la franja derecha del equipo.

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