Canelo, entre la gloria y la duda

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Canelo, entre la gloria y la duda

Se puede criticar a Canelo Álvarez por su comportamiento burgués que lo ha llevado a escoger sus rivales, evadiendo compromisos más serios y que son los que realmente demanda el mercado actual del boxeo. Se puede señalar su proceder histriónico, sus posturas de nuevo rico, su disparado ego que lo conduce a ver al resto de los boxeadores desde un púlpito virtual desde donde repite y repite que es el mejor peso por peso, algo que está muy lejos de la realidad, pero nunca se le podrá denominar de manipulador de combates, de pactar resultados o de pautar estrategias oscuras sobre el ring a sus contrincantes. Es cierto que la historia de este deporte está llena de páginas grises que han puesto en dudas su credibilidad, pero este no es el caso. Repito: el problema de Canelo radica en el método de selección de su oponente, y más ahora en su nueva faceta de promotor, jamás en los asaltos del combate. Munguía fue un boxeador duro, resistente y valiente, más allá de su ingenuidad, evidente lentitud y pobre defensa en la media distancia. Doce asaltos de puro boxeo, muy propio del espectáculo que brindan aztecas cuando se enfrentan entre sí, haciendo honor a la fecha conmemorativa de la Batalla de Puebla. En las 168 libras, Canelo se muestra remando a favor de la corriente. Es su peso ideal. Aprendió la lección cuando cometió el pecado de invadir una vez más las 175 libras desafiando a un Bivol natural del peso crucero que lo dominó de principio a fin. Entrando al otoño de su carrera, el que lo quiera enfrentar tendrá que bajar o subir a su categoría porque Eddy Reynoso, su entrenador, no volverá a cometer el desliz de inflar o restarle fuerzas a un Canelo que comienza a dar muestras de decadencia a pesar de que anoche mostró resistencia física, capacidad de reacción, letalidad en el contragolpe, excelencia en el 1-2 cuando se despegaba de Munguía lanzando gancho de izquierda y corto jack de derecha con destinos al hígado y rostro de un Munguía que fue un gran adversario, pero que fue también víctima de su inexperiencia y la sobrada experiencia de un Canelo que lo fue disminuyendo físicamente gracias a una inteligencia para boxear y un manejo de Reynoso desde una esquina en la que Canelo rechazó el banquito de descanso durante los doce asaltos. De poco le servirá al mexicano ir coleccionando triunfos estériles en el ocaso de su carrera ante pugilistas escogidos por su dedo. Si quiere sumar credibilidad y que en la posteridad de su carrera no quede la mancha de la cobardía, debe enfrentar a los boxeadores que el mismo boxeo y el mercado le dictan que son David Benavidez, David Morrell, o quizás Terrence Crawford. Otros no le sirven a su legado.

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