Crawford y su clase de boxeo contra Spence

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Crawford y su clase de boxeo contra Spence

Terence Crawford dinamitó todos los pronósticos. No porque no fuera favorito. Lo era en muchas voces expertas y en las apuestasPero nadie imaginó la arrolladora exhibición con la que acabó con la incógnita de una década: es mejor que Errol Spence Jr. Fue el combate soñado. Se cayó tantas veces, se retaron arduamente, que la resignación era inevitable para los fanáticos del boxeo. Al fin pasó. El mejor contra el mejor. Sin excusas, sin postergaciones, en la T-Mobile Arena de La Vegas por el campeonato indiscutido de peso welter.

Fue un boxeo perfecto para el nacido en Omaha, Nebraska. Incluso los embates de Spence, decidido a buscar la confrontación directa en la corta distancia, lucían desteñidos. Crawford, experto cazador, encontró siempre los mejores ángulos para golpear y, sobre todo, contragolpear. Así fue como mandó a la lona a su oponente apenas en el segundo episodio. Fue un resumen de sus mejores noches. Acostumbrado a brillar sin reflectores, siempre acusado de no enfrentar a lo mejor que había disponible en el panorama pugilístico, Crawford sintetizó en nueve rounds el conjunto de habilidades que lo han llevado a la inmortalidad.

Una defensa indescifrable, capacidad para asimilar golpes y, en ataque, un jab poderoso, arsenal de combinaciones, rapidez y precisión. Crawford no lanza golpes al azar. No deja nada en las manos de la suerte. Sus peleas podrían confundirse con un largometraje. Él pone las pausas. Detiene las escenas cuando una secuencia no le gustó y hay que corregirla. Juega con el tiempo y con el rival. Nadie ve venir sus golpes. Pero llegan y hacen daño.

Nadie había lastimado así a Spence, un campeón formidable que sobrevivió a un accidente automovilístico en 2019 y que vio frustrada su pelea contra Manny Pacquiao, en 2021, por un desprendimiento de retina. Es un guerrero que el sábado mereció todos los aplausos por su valentía, pero que no supo proponer ninguna dificultad para Crawford. Será injusto recordarlo con el rostro repleto de sangre y la desesperación apoderándose de su mirada y sus guantes. Pero el boxeo es así y más en las noches grandes. Su legado será haber consagrado a Crawford.

Se necesitaban. El boxeo necesitaba esta pelea. Si no la hacían, ambos serían recordados sin pena ni gloria en veinte años. No dejaron lugar para el hubiera. Pasó lo que tenía que pasar con todas las consecuencias que lo inevitable conlleva. Ya todo estaba dicho rumbo al round siete, pero ahí Crawford, el peleador al que Bob Arum se cansó de demeritar pese a ser su promotor, inmortalizó su nombre: derribó dos veces a Spence con un categoría tan brillante como poderosa. No había para más. Era cuestión de tiempo. ¿Cuánto? El que Terence quisiera. Unos dicen que ganó la pelea desde que entró al ring acompañado de Eminem. No hay forma de refutar esa teoría.

Spence recibió golpes arriba y también en el cuerpo. Era un milagro que siguiera peleando. Conectó un par de buenas manos. Crawford fue indiferente. En el noveno round, el referí apeló a la lógica y detuvo el combate. Crawford certificó así una de las demostraciones más completas, brillantes y demoledoras en la historia del boxeo. Raramente se ha visto una diferencia tan grande entre dos boxeadores de altísimo nivel. Próximo a los 36 años, con un 40-0, Bud no tiene nada que demostrar. Ha sido campeón mundial en tres divisiones y campeón indiscutido en dos de ellas, superligero y welter (el primer peleador en la historia en conseguirlo).

Pelea pocas veces, sí. Desde 2020, su ritmo es de a pelea por año. Durante mucho tiempo no enfrentó a lo mejor (por incompetencia de Top Rank, su antigua compañía, o por falta de presión de parte suya). Ya nada importa. Deleita cuando decide pelear, así sea anualmente. Le ganó al que le había ganado a los mejores. Crawford es una leyenda viva del boxeo. No será el más comercial ni una celebridad de la televisión ni las redes sociales. Eso es accesorio. Su nombre está ya en lo más alto de catedral boxística.

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