Messi, la octava maravilla

MESSI LOGRA SU OCTAVO BALÓN DE ORO
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Messi, la octava maravilla

Por Raul Bretón. Por logros y estadísticas individuales, Messi, Lionel Messi fue el mejor jugador de la pasada Copa Mundial. Aunque los caprichos de los votantes del premio Balón de Oro suelen ser imprecisos, es casi una norma que en año de Mundial el galardonado sea un miembro del equipo campeón, a pesar de que no siempre ha sido así. Catorce años atrás, Messi ganó su primer Balón de Oro. Este fue el octavo y último, porque tras ganar cada uno de los títulos colectivos más exigentes del fútbol mundial, ha decidido pasar el otoño de su carrera en la MLS, una liga en crecimiento pero sin el impacto mediático de las grandes ligas europeas y sin las exigencias físicas y competitivas que supone jugar para un equipo top. Messi es inagotable e incombustible. Por asuntos biológicos ya no es aquel atrevido regateador que iba burlando defensas. Tampoco el goleador insaciable y depredador de área que sumaba hat tricks con espantosa facilidad. El Messi de la posmodernidad es visceralmente cerebral, ese que se ha alejado de la portería, que dejó de ser ese falso nueve con absoluta libertad de movimientos que una vez Guardiola inventó para él. Muy atrás quedó aquel adolescente ambicioso e inconformista que pedía cada balón para colocarlos al otro lado del portero. Messi fue madurando y adaptando su juego, comprendiendo que el fútbol total era el atajo más directo al éxito, por eso se fue convirtiendo en el mejor asistidor y el mejor lanzador de tiros libres de su época. También en el mejor armador, el perfecto enlace entre centrocampistas y delanteros, hombre de penúltimo y último pase que disfruta del gol de un compañero como propio, así lo fue demostrando tanto en el Barcelona, la selección argentina y ahora con el Inter Miami. Obvio su desafortunada estancia en el PSG porque fue su etapa de club más triste y gris, un paso equivocado tomado por el impulso de la desidia. Estoico hasta la médula. Resistió durante años las despiadadas embestidas de los más radicales opinadores de su propio país y de Madrid. Los primeros lo culpaban de todos los males que padecía la selección. Los segundos aún lo odian porque no le perdonan todo el sufrimiento que les provocó mientras fue jugador del Barcelona. A todos les respondió con su excelso fútbol de jugador único e irrepetible que se va transformando en la medida que avanza el tiempo. El octavo fue su último porque él lo decidió así, a pesar de que el ocho acostado significa el infinito.

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