Padel, el deporte de moda

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Padel, el deporte de moda

El pádel no es deporte olímpico a pesar de la ingente cantidad de gente que lo juega. Su reconocimiento no va, en ningún caso, ligado a su éxito mundial incuestionable. En 2021 lo practicaban algo más de 18 millones de personas repartidas en 75 países. Y esto solo se corresponde con los deportistas, amateurs o profesionales, que están adscritos a algún club o acuden regularmente a alguna cancha de pádel oficial de cara a disputar un partido. Es decir, el número podría ser mucho mayor. Muchísimo mayor, en realidad, teniendo en cuenta que, en pocos años, se ha convertido en el deporte de moda y el que más aficionados suma. Solo entre 2016 y 2021 el número de centros y pistas donde se permite su disfrute ha aumentado en un 181%. Calculen el fenómeno.

Lo que no todo el mundo sabe es que el pádel es un invento nacido en México de la mente, además, de un mexicano. Más exactamente, en el castigado Acapulco y gracias al ingenio de Enrique Corcuera, a quien se le considera el inventor de esta disciplina “hermana” del tenis. Aunque, cabe resaltar, poco tiene que ver el uno con el otro más allá de que se juega con una raqueta, una pelota, cuenta con reglas férreas y es igual de exigente, cada cual con sus propias lógicas, eso sí.

Todo empezó cuando, a finales de la década de los 60, este contratista mexicano quiso adaptar un terreno en las inmediaciones de su finca en las Brisas (Acapulco) para instalar una cancha de tenis. Lo hizo, vaya que sí, en una explanada de, aproximadamente, 20 metros de largo y 10 de ancho. Como no quería que la vegetación invadiera la pista y, más aún, que las pelotas se escaparan volando y tener que ir a buscarlas, optó por cercarlo con cuatro paredes. Al empresario, que solo quería jugar al tenis, le pareció divertido eso de aprovechar las pelotas que rebotaban en las fachadas y entraban, de nuevo, a la cancha. La pereza de Enrique Corcuera suscitó uno de los inventos más extendidos en la actualidad: el pádel.

Corcuera se codeaba con lo más nutrido de la ‘jet set’ de Acapulco, que acudía a la ciudad costera para disfrutar de días de ocio y relax entre palmeras y cócteles. Entre su círculo íntimo de amigos se encontraba el príncipe Alfonso de Hohenlohe, un aristócrata y promotor inmobiliario con múltiples negocios y complejos turísticos en la Costa del Sol de la provincia de Málaga (España). En un viaje que realizó en 1974 a tierras mexicanas, el noble germano-español quedó maravillado con el juego ideado por el contratista. Tanto es así que, al volver a España, construyó en el Marbella Club de su propiedad (uno de los más elitistas de la ciudad malagueña) dos canchas de pádel con algunas modificaciones: cambió las paredes de los laterales por rejas y modificó el reglamento original ligeramente. Gracias a otro amigo, este del príncipe, el pádel regresó a Latinoamérica, donde comenzó a asentarse como una modalidad deportiva de masas. A quien hay que atribuirle esta hazaña es a Julio Menditegui, un multimillonario argentino que viajaba a menudo a Marbella donde coincidió con su amigo el aristócrata. En 1975, Menditegui exporta el pádel a su Argentina natal y el resto es historia. Su éxito es tan rotundo que pronto se convierte en el segundo deporte más practicado en el país del tango y comienza su expansión al resto de Estados de la región.

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